El ángel de la imprudencia

Mónica se incorporó bostezando y restregando sus ojos con el dorso de las manos. Con los párpados aún cerrados, se levantó de la cama y se dirigió al armario. ¡Paf! Golpe en la frente con la puerta.

- Todos los domingos igual... esto me pasa por beber en exceso. ¡Maldita resaca!

Sacó una camiseta rosa y unos vaqueros y se vistió con parsimonia. Encendió la radio, y al no encontrar ninguna emisora de música interesante, puso su CD favorito en la minicadena. Fue al cuarto de baño y se despejó un poco al refrescar su cara con el agua del lavabo. Miró al espejo y vio a una joven de 18 años con marcadas ojeras y rimmel corrido en las mejillas. "Vaya pintas..." Pensó.

Contoneando sus caderas regresó a su habitación y la organizó y limpió a tiempo de que sus padres llegaran a casa.

- ¡Mónica! Estamos de vuelta...
- Os he oído... No estoy sorda - Dijo susurrando con tono irónico.

Sus padres habían estado el fin de semana fuera de casa en una segunda luna de miel por su 25 aniversario de casados. A Mónica, que era hija única, esto le había venido de perlas: disponía de la casa las 24 horas del día y podía hacer lo que le viniera en gana. Nadie le pediría responsabilidades. Si era astuta, podría hacer lo que quisiera sin que sus padres llegaran a enterarse. Y así lo hizo.

La noche anterior salió de su casa a las cuatro de la tarde y no regresó hasta las siete de la madrugada del día siguiente. En ese tiempo le dio para mucho: quedó con las amigas, fue al cine, a la bolera... Por la noche organizaron un botellón en un parque a las afueras del pueblo, y el alcohol no tardó poco en hacer su efecto. Allí estaba Ricardo, el imponente moreno de ojos verdes que tan loca la volvía. Desinhibida se había acercado a él y había comenzado a flirtear descaradamente. A partir de ese momento, ya no contó los cubatas que se bebía. Sólo tragaba, tragaba, tragaba... Por eso al intentar ahora recordar la noche, tiene una laguna desde ese instante hasta que llegó a casa.
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Unas semanas después de la fiesta, Mónica comenzó a sentirse mal, muy mal. Vómitos, pesadez, dolor de cabeza... Lo más preocupante de todo era que no le bajaba el período. Su madre, preocupada, no dudó en llevarla al ginecólogo. Tras varias pruebas, el médico reunió a Mónica y a su madre en su consulta.

- Mónica... aún eres joven, y la verdad, no sé cómo te tomarás esta noticia. - El médico hablaba mirando fijamente a la chica. Esta temblaba esperándose lo peor. - Estás embarazada de casi un mes.

Mónica se llevó las manos a la cara y comenzó a llorar desesperada. Su madre se levantó de la silla, con cara de pánico, y comenzó a gritar barbaridades a su hija.

En la puerta, invisible para los otros tres personajes, Sana, el ángel (en este caso hembra) de la irresponsabilidad y la imprudencia, sonreía triunfal, frotándose las manos. Otra víctima más en sus juegos. Cuánto le deleitaba ver la desesperación clavada en el rostro de esos jóvenes tan poco responsables...


"El angel no posee malicia pero tal es su compenetracion con los humanos que suelen trastornar su percepcion"